Bella y misteriosa piedra, aparenta una dureza externa pero en realidad es frágil. Cambia su destello dependiendo de la intensidad y ángulo de la luz así como la temperatura. Es casi imposible cortarlo y darle forma pues se estrella en su superficie dejando terribles heridas imposibles de sanar.
Ha existido en nuestra historia desde que los griegos en el siglo VI a.e. (antes de nuestra era) creían que quien lo portara tendría el don de la clarividencia. Para los romanos tener un ópalo significaba poder, fue a tal grado que el senador romano Nonio prefirió el destierro que dar a Marco Antonio un anillo con un ópalo incrustado.
En la edad media se le consideraba protector contra enfermedades de ojos, corazón y contra la cólera.
Fue hasta que en el siglo XI, Roberto el Diablo dijo que el ópalo que el poseía le daba poderes malignos, así la reputación cayó en desgracia, y para casi confirmar la malignidad de la piedra, ocurrió en el siglo XIV que las victimas de la peste negra que portaban un ópalo, éste aumentaba su resplandor cuando el portador contraía la enfermedad y se opacaba cuando la persona moría. A nadie le importó que el ópalo es susceptible a los cambios de temperatura corporal. El ópalo caía en desgracia.
En el siglo XIX todos los portadores de un anillo con un ópalo en la familia real española perecieron, sin excepción alguna, no importaba que el cólera azotara esa región matando a mas de 100 000 personas entre verano y otoño de 1885.
Ahora que el ser humano ya no es tan supersticioso como lo fue en el oscurantismo y un poco menos en el renacimiento, la piedra ya no tiene maldiciones de los seres humanos.
Por eso y por tantas cosas... quiero un ópalo
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